La semana del 3 de noviembre participé en una mesa redonda sobre educación superior y accesibilidad durante la Semana de Encuentros CEAPAT 2025.
En la mesa estábamos María del Toro (CEAPAT) como moderadora, Ángel Asins (Fundación ONCE), Tiberio Feliz (UNED) y yo mismo desde la Universidad de Alicante. Y si tuviera que resumirla en una frase, sería esta: una universidad accesible no es la que “te hace adaptaciones”, sino la que está diseñada para que puedas participar sin estar pidiendo permiso todo el rato.
Tras la mesa me anoté unas ideas que me gustaría comentar a continuación. También podéis consultar la grabación de la mesa redonda en YouTube.
No es solo entrar, es poder participar
A veces hablamos de “inclusión” como si el objetivo fuera simplemente que una persona pueda matricularse y ya está. Pero eso es solo el primer paso. Lo importante es lo que pasa después, en el día a día.
Porque la universidad no es solo asistir a clase. Es entender lo que se explica, poder seguir el ritmo, trabajar en equipo, entregar tareas, ir a tutorías, hacer prácticas, moverse por los procedimientos administrativos… y, en general, sentirse parte de la vida universitaria.
Por eso, cuando hablamos de accesibilidad, en realidad hablamos de poder:
- seguir las clases con normalidad,
- hacer prácticas sin estar siempre “negociando” condiciones,
- acceder a materiales sin depender de terceros,
- participar en actividades (académicas y sociales),
- y sentirse parte de la universidad, no un “caso aparte”.
Y aquí hay un detalle importante: muchas barreras no son “técnicas”, son sociales. A veces el problema no es la plataforma o el documento, sino la sensación constante de tener que justificarte, pedir, recordar, insistir… Eso agota.
Accesibilidad = diseño + apoyo
Una idea que salió con bastante claridad es que la accesibilidad se sostiene en dos patas.
Por un lado, diseño universal: que lo normal sea que las cosas estén bien hechas desde el principio. Webs, plataformas, documentos, apuntes, formularios, procedimientos… Si lo construimos accesible, ya no hace falta ir poniendo parches después.
Y por otro lado, apoyos y adaptaciones individuales cuando haga falta. Porque aunque diseñemos bien, cada persona es distinta. Y hay situaciones reales (por ejemplo, una práctica concreta, una metodología concreta, o un entorno específico) donde una adaptación personalizada sigue siendo necesaria.
El problema es cuando nos quedamos solo con la segunda parte: si la accesibilidad depende exclusivamente de adaptaciones, el sistema se convierte en “vale, sí, pero pídelo”. Y eso no es inclusión real: es supervivencia.
Problemas que se repiten
En la mesa se comentaron obstáculos que, sinceramente, aparecen una y otra vez en casi cualquier universidad:
- Falta formación del profesorado. No por mala intención, sino porque nadie les ha enseñado a crear materiales accesibles o a plantear docencia inclusiva con criterios básicos.
- Faltan recursos en los servicios de apoyo. A veces hay equipos muy buenos, pero no dan abasto. Y cuando no hay tiempo, se trabaja “a urgencias”.
- Muchos materiales digitales no son accesibles. El ejemplo típico: PDFs mal hechos (sin estructura, sin etiquetas, sin orden de lectura), documentos con tablas imposibles, presentaciones caóticas, vídeos sin subtítulos, etc.
Y esto tiene un efecto dominó: si el material base falla, todo lo demás se complica. Al final, la persona que necesita accesibilidad es la que paga el precio… con tiempo, con estrés y con dependencia.
Lo que funciona
También se compartieron ideas que funcionan cuando se aplican de verdad (no solo en papel):
- Normas claras de adaptaciones: que no dependa de quién te toque o de cuánto insistieras, sino que haya criterios y procedimientos estables.
- Escuchar al estudiantado con discapacidad… y actuar: no vale con “pasar una encuesta”. Tiene que servir para hacer cambios reales y medibles.
- Programas y servicios de apoyo que no solo reaccionen, sino que prevengan: guías, recursos, asesoramiento, acompañamiento, y coordinación con docencia y tecnología.
Una idea que me parece muy potente es la de pasar de un modelo reactivo (“arreglamos lo que falla cuando alguien lo sufre”) a un modelo preventivo (“lo diseñamos bien para que no falle”). Es un cambio de mentalidad.
¿Y la Inteligencia Artificial?
La inteligencia artificial salió como tema inevitable. Y mi postura aquí es bastante clara: puede ayudar muchísimo, pero depende del enfoque.
Usada bien, puede apoyar en tareas como generar borradores, resumir textos, mejorar subtítulos, detectar problemas, convertir formatos… y facilitar autonomía.
Pero hay un riesgo: que se use como “solución rápida” para apartar el problema (“te damos una herramienta y apáñate”) o que se convierta en una accesibilidad que aísla: en vez de integrarte en el flujo normal, te pone en un carril aparte.
La clave, para mí, es esta: IA para dar autonomía sin separar a la persona del grupo.
Conclusión
Me quedo con una idea final muy sencilla: la accesibilidad no es un extra, ni un “detalle”, ni algo que se hace cuando sobra tiempo. Es una parte básica de la calidad de una universidad.
Y si queremos universidades realmente inclusivas, el objetivo no puede ser “te dejamos entrar”. Tiene que ser: puedes participar, aprender y formar parte, como cualquiera, sin estar pidiendo permiso todo el tiempo.
Comentarios